martes, 14 de abril de 2009

La Ilíada.

¡Canta, oh musa, los esfuerzos de Bardomagno para loar y ensalzar este clásico imperecedero de la literatura universal! Esfuerzos por los que tantos minutos se marcharon al infierno y tantas teclas fueron desgastadas -¡cumplíase la voluntad de Zeus! Canta, así, que un día, hace aproximadamente 2800 o 2900 años, un aedo, esto es, un colega bardo de la Antigua Grecia, vagó ciego y errante por las planicies costeras de Jonia, acariciado su rostro por la brisa del Mar Egeo, recitando las hazañas y fastos de Aquiles, el Pélida, más poderoso de los guerreros aqueos. De dicho bardo, que por el nombre de Homero era conocido, la Historia nada ha querido legarnos. Mas colmado ha la leyenda tales valles y nos ha referido que siete ciudades helénicas disputábanse la gloria de su nacimiento, y que en la posteridad, su nombre respetado era como la Biblia de los antiguos griegos.


Mas, basta de charla sobre este rapsoda, que hemos de hablar de una de sus obras capitales, la Ilíada, siendo la otra, por milagroso portento de creatividad, la también titánica Odisea. Principia la Ilíada, que es el canto de Ilión, por el cual Troya es también conocida, en el año noveno del asedio emprendido por los aqueos en su contra. Ha perpetrado en contra de Menelao, el rey de Argos, el cobarde Paris, príncipe de Troya, un atentado contra las leyes de la hospitalidad, seduciendo y raptando a la casquivana Helena, a causa de cuya belleza tantas naciones se enfrentaron y tantos hombres murieron. Nueve largos años han pasado, y he aquí que, por obra de los ruegos de Crises, sacerdote de Apolo que llora con desconsuelo el secuestro de su hija por los invasores, el Divino Apolo toma su carcaj y suelta las flechas de la peste sobre el campamento de los aqueos. El adivino Calcas escruta la voluntad de los dioses con sus hechicerías, y he aquí que, descubriendo la causa del mal, informa a Agamenón, hermano de Menelao, que debe restituir a Criseida, la hija de Crises, que como botín de batalla está en su poder. Mas Agamenón, preocupado por su reputación, se niega a tales requerimientos. Estando en tal lance es que Aquiles, de los guerreros aqueos el más poderoso, tiene el atrevimiento de enrostrarle a Agamenón su poca preocupación por los hombres de la liga de ciudades que él comanda. Agamenón resuelve, sermoneado por Aquiles, que Criseida será devuelta a su padre Crises, mas, siendo él comandante supremo de los aqueos, es indigno de su rango quedarse sin botín, arrebatando entonces por fuerza a Briseida, doncella que parte del botín de Aquiles era. Afrentado éste, a punto de irse a las manos e incluso matar a Agamenón está, mas, llamado a la cordura por Atenea, la diosa griega de la razón, que a favor de los aqueos obra, se resuelve Aquiles a no levantar más las manos para ayudar a sus compañeros, dejando a éstos en duro trance, el de luchar sin la ayuda del más poderoso campeón de su causa.


Luego de esta escena, en la cual toda su maestría ha depositado Homero describiéndonos los pensamientos y deseos de Aquiles y Agamenón, nos transporta el rapsoda hasta el Olimpo, lugar en donde Zeus, el Crónida, el Monarca de los Dioses, guía como una mano invisible los hilos de los sucesos. Ante él los dioses interceden, tanto aquellos quienes apoyan a los troyanos, como aquellos quienes con los aqueos son. Mas la voluntad de Zeus se muestra inflexible. Serán respetados los deseos de Aquiles, que ha sido injustamente afrentado, aunque esto signifique la ruina de los aqueos, y en contra de todos los oráculos que han predicho, una y otra vez, que condenada está la ciudad de Troya.


Reanúdanse las hostilidades, y Aquiles, cumpliendo su promesa, herido en su orgullo, y en defensa de su honor, se abstiene de hacer valer su diestra mano y su acerada espada en la contienda. Grandes estragos le son así infligidos por los troyanos a los aqueos. En particular destaca por el lado troyano su más grande campeón, Héctor, responsable padre de Astiánax y amante esposo de la trágica Andrómaca, contendiendo con sus dudas interiores sobre la esperanza de la causa troyana, mas siempre firme y sereno luchando por sus compañeros, y manteniendo a raya a los poderosos aqueos.

Se suceden los lances, uno tras otro, y los troyanos vencen en repetidas ocasiones. Va y viene la marea de la guerra, y aun consiguen los troyanos dar vuelco a la situación, amenazando por poco el incendio de las naves, grande fatalidad que significado les hubiera a los aqueos el quedar acorralados en territorio enemigo. Ruegan entonces, en la hora funesta, a través de una embajada del anciano y sabio Néstor, y el sagaz y marrullero Odiseo, que Aquiles regrese a la contienda, obrando todos ellos en nombre de Agamenón, quien, contrito, promete no sólo que a Briseida ha de restituir, sino portentosas riquezas y honores también. Mas éste, empecinado en su parecer, despide a sus amigos sin hacer caso de sus desesperados ruegos. Meditado ha Aquiles, en la antigua profecía que le asegura corta y gloriosa vida, y resuelve que no ha de acortarla en batalla, si de la gloria han de privarle por las agañanzas de un rey injusto. A partir de aquí, Aquiles ha entrado en la zona sombría de la existencia, y ha caído presa de la peor de las oscuridades, aquella que viene del interior de los hombres, ciego a la necesidad de sus camaradas de armas, indigno de las devociones de éstos, insensible a su deber fraterno con sus compañeros. Y la tragedia, nos transporta Homero su aroma, empieza a mostrar sus fríos dientes.


Patroclo, el joven escudero de Aquiles, se compadece de sus compañeros, y le hace a éste una solicitud especial: que le deje portar en batalla su armadura, su escudo y su espada. Creyendo los aqueos que Aquiles vuelve a la batalla, razona Patroclo, cobrarían éstos nuevos bríos, y grande sería entonces la marea aquea que rompería contra las murallas troyanas. No sin temores que nublan su ánimo, el poderoso Aquiles accede a los ruegos de su bienamado Patroclo. Ejecuta éste su plan, la mano presta en la espada, el escudo firme en el brazo, la armadura poderosa en su cuerpo, y a la batalla parte, a encontrar su destino.

Reanimados en su creencia de que el broncíneo brazo de Aquiles nuevamente descarga su poderosa espada sobre los troyanos, cobran éstos nuevas fuerzas. Mas Héctor, desesperado por evitar la derrota de los troyanos, toma una decisión final. Aquiles, razona Héctor en medio de la batalla, ha de ser detenido por cualquier medio: es necesario que perezca Aquiles en batalla, y con dicho perecimiento, sálvase la Troya entera. En el campo de batalla encuentra Héctor a Patroclo, creyéndole Aquiles, y con el denuedo de la desesperación, le combate. Incapaz Patroclo de medirse con el más poderoso de los troyanos, cae pronto atravesado en batalla, su ímpetu juvenil detenido, su tierna vida cercenada. Entáblase entonces salvaje batalla sobre los despojos mortales de Patroclo, por cuanto disputábanse aqueos y troyanos la armadura de Aquiles, el más precioso de los trofeos de aquella guerra que a tantos y señalados héroes arrojó al Hades.


Entérase Aquiles de la muerte de Patroclo, y no hay freno para su ira y amargura. Lleno de furia, invoca Aquiles a Tetis, la diosa marina, su madre, para que venga en su auxilio. Consuélale Tetis, pero Aquiles ya ha dado vuelta en su torva determinación. Embárgale la ira, y por ella, al matador de su amigo encontrará en batalla y dará cruel e inexorable muerte. Ruégale Tetis a Hefaistos, el herrero de los dioses, la confección de una nueva y reluciente armadura, además del más exquisito de los escudos. Sale por su parte Aquiles al exterior de su tienda, con grandes voces alentando a sus compañeros aqueos, y éstos, reanimados viendo a Aquiles, revestido éste por los colores brillantes que Atenea descarga a su alrededor, creyéndole revestido aún de recia armadura, vuelven a la carga contra los troyanos. Reconcíliase Aquiles con Agamenón, y juntos, el poderoso rey y el grandioso guerrero emprenderán nueva lid contra los troyanos. Tetis, por su parte, ha hecho llegar a su hijo Aquiles la armadura tan necesaria, obratanto más soberbia por ser forja no de hombres, sino de dioses.


Antes de ir a la batalla, confiérele Hera el don de la palabra a sus caballos. Recuérdanle los fieles corceles a Aquiles entonces la profecía funesta, según la cual ha de morir en la batalla, después de corta y gloriosa vida. Mas Aquiles, que de madera superior a los seres corrientes está confeccionado, se ha determinado a ganar la gloria inmortal que proporcionan los combates. Arrecia en la batalla, recto hacia Héctor, el matador de su amigo, mientras éste, descubriendo que toda la ira de Aquiles se ha volcado como un vaso de ajenjo sobre él, presto se mantiene para defender a su ciudad contra el semidiós. Ruégale Príamo, rey de los troyanos y padre de Héctor, e implórale Hécuba, la reina y su madre, y desespérase la frágil Andrómaca, viendo a Héctor esperando por Aquiles y quedándose afuera para que sus compañeros puedan entrar a la protección de los muros troyanos, pero es en vano. Héctor y Aquiles se miden una última vez, y entablan el duelo decisivo, aquél por el cual quedará determinado para siempre cuál de los dos guerreros es el más grande de la Historia. Luchan cada uno con denuedo, lleno de desesperación Héctor, ebrio de venganza Aquiles. Hasta que finalmente el semidiós se impone al hombre: un golpe final, y el alma de Héctor al Hades baja llorando, porque ha abandonado un cuerpo joven y hermoso. Lloran los troyanos en la hora funesta que su mejor guerrero ha caído, gimen los reyes porque su príncipe ha fallecido, se desmaya Andrómaca porque su marido ha sido muerto. Ahíto de venganza, cae entonces Aquiles en la infamia, perfora los talones de Héctor, y se pasea triunfal alrededor de las murallas troyanas exhibiendo su botín, llevándoselo al campamento.


Celébranse las exequias fúnebres de Patroclo, mientras que el cadáver de Héctor permanece insepulto, por voluntad de Aquiles, para deshonrar su memoria y privar del descanso eterno a su espíritu. Mas los dioses ahuyentan a los perros, para que el cadáver de Héctor permanezca incorrupto. Pide entonces el rey Príamo una tregua, y con la ayuda del dios Hermes, el de los pies alados, viaja al campamento de Aquiles. Y se impone en Príamo, el poderoso monarca de Troya, el padre al rey, y se dobla delante de Aquiles, el matador de su gallardo hijo y de tantos otros varones a quiénes él previamente había dado el ser, abrazándole las rodillas y besando las manos llenas de la sangre de su prole. Lleno de compasión por el pobre viejo, reconociendo en el dolor del anciano por Héctor, su propio dolor por Patroclo, resuélvese Aquiles y conversa con éste afectuosamente, ofreciéndole una tregua. Regresa entonces Príamo el cadáver de Héctor a la patria, y así recibe sus funerales Héctor, el domador de caballos.


Refiérenos así Homero la cólera de Aquiles, que tan funesta fue no sólo para la causa de los aqueos, sino para sí mismo. Mas, al final del sufrimiento, encontrando Aquiles la sabiduría, termina transfigurado en alguien distinto y superior, en un verdadero héroe. De este modo es que transformóse la Ilíada en texto de cabecera de tantos y tan señalados griegos del pasado, y aún citábanse unos a otros fragmentos y versos de la Ilíada, así como de la Odisea, como perlas de inenarrable sabiduría.

ALIENTO...

...COSMOLÓGICO. 6 de 7. Es el mundo de los dioses griegos, los mejores que ha inventado la Humanidad. Y aparecen luchando a cada lado de la contienda.

...AVENTURERO. 5 de 7. La obra entera es casi por completo peleas y sangre. Y muere mucha gente. Además, tanto Héctor como Aquiles, además de poderosos, son simpáticos, así es que su duelo final es uno de los más desgarradores que se ha escrito nunca.

...EXÓTICO. 5 de 7. Un mundo de espadas y sandalias en la Edad del Bronce. Podrá opinarse que no es lo más exótico del mundo, pero las descripciones literarias compensan sobradamente lo muchas veces visto del escenario ("la aurora de dedos rosados", "cayó abatido como un roble herido por un rayo"...).

...MAQUIAVÉLICO. 3 de 7. No demasiada intriga aquí. Se van a la guerra por una mujer ligera de cascos. Puaj.

...PASIONAL. 6 de 7. Aquiles se pasa la epopeya por completo furioso. Y cada guerrero lucha hasta la extenuación por su causa.

...TÉTRICO. 6 de 7. En realidad no se puede aseverar que haya grandes fuerzas malignas en la Ilíada, pero Aquiles debe afrontar el peor demonio posible: el demonio interior.

...FILOSÓFICO. 7 de 7. Uno de los más profundos manuales filosóficos de todos los tiempos. Y de la Filosofía que interesa, allí donde ruge la espada, nada de tonterías teóricas dictadas desde la cátedra.

TOTAL: 78 PUNTOS EN LA ESCALA MAGNUS.

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